• La idea de Europa

    Steiner, George (2005): “La idea de Europa”, Madrid, Ediciones Siruela.


    Francis George Steiner (París, 23 de abril de 1929), crítico y teórico de literatura y cultura, y escritor. Se trata de uno de los intelectuales de influencia internacional más relevantes desde mediados del siglo XX. Su ámbito de interés principal es la literatura comparada. Su obra como crítico tiende a la exploración, con reconocida brillantez, de temas culturales y filosóficos de interés permanente, contrastando con las corrientes más actuales por las que ha transitado buena parte de la crítica literaria contemporánea.


    En “La idea de Europa” Steiner analiza las señas de identidad puramente europeas, lo que caracteriza a Europa diferenciándola del resto del mundo, que es al mismo tiempo lo que la une pese a sus obvias y notables diferencias. Analizando cinco aspectos, Steiner pretende mostrar la quintaesencia de la idiosincrasia europea desde un punto de vista que, al variar del optimismo al pesimismo, logra el equilibrio a través de un fiel crítico y objetivo.

    La primera de estas señas identitarias, de estos “indicadores esenciales de la idea de Europa” [2005:38] lo tenemos en los cafés, lugares “para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el flâneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno [...] abierto a todos: sin embago, es también un club, una masonería de reconocimiento político o artístico-literario y de presencia programática.” [2005:38-39]. Steiner defiende el café a lo largo y ancho de Europa como un rasgo único, un lugar de encuentro y debate, en cuyas mesas se gestaron grandes obras de la Cultura o las Revoluciones burguesas y proletarias. Ciertamente, son lugares de la comunidad, bien sea ésta un pub irlandés o un café italiano. A este respecto viene a mi memoria una frase, no literal, de alguien cuyo nombre no recuerdo, pero que venía a decir que “las tabernas son el último reducto del proletariado”, inspiradora y ejemplificadora de lo que suponen en Europa, frente a otros lugares del mundo, los cafés.

    La segunda de las esencias europeas se refiere a su orografía. “Europa ha sido y es paseada” [2005:41]. Pero además “ese paisaje ha sido modelado, humanizado por pies y manos” [2005:42]. Steiner nos dice que, desde hace siglos, la gente de Europa se mueve caminando, y viaja. Y en dichos viajes no hay fronteras inalcanzables, no hay límites rotundos, no hay imposibles para el viajero, frente a las vastas distancias e impracticables desiertos, selvas, altiplanos, tundras o montañas del resto del mundo. Steiner viene a decirnos que Europa está al alance de los pies, desde hace siglos, abierta a todo aquél que desee recorrerla. Continúa este breve análisis con varias muestras de la relación entre esta geografía europea y sus habitantes y sus creaciones: Kant, Rousseau o Kierkegaard, por nombrar alguno de ellos. Y se completa con una rotunda frase: “la historia de Europa ha sido una historia de grandes marchas” [2005:46]. Sin duda alguna los pies europeos han recorrido centenares de millones de kilómetros, bajo las órdenes de Alejandro, César, Carlomagno, Napoleón o Hitler. Pero sin duda alguna, bajo las órdenes de sí mismos, otro buen puñado de europeos ha recorrido Europa al tiempo que creaba arte, literatura, cultura.

    El tercer rasgo que define a Europa se muestra en sus calles y plazas. Éstas recogen los nombres de los ilustres del pasado, de aquellos que merecieron por sus actos en vida el reconocimiento de aquellos que los sucedieron. Así, Europa se halla salpicada con los nombres de sus poetas, de sus estadistas, de sus militares, de sus reyes, de sus políticos, de sus filósofos, etcétera, en sus calles y plazas, que son su essentia más pura: “los hombres y mujeres urbanos habitan literalmente en cámaras de resonancia de los logros históricos, intelectuales, artísticos y científicos” [2005: 48], comparándolo con los Estados Unidos, donde, al uso, las calles se numeran ordinalmente. No obstante muestra el aspecto negativo de esta costumbre, “la autodefinición de Europa como lieu de la mémoire” [2005: 49], el lugar de la memoria, en donde los logros son recordados y conmemorados junto a las grandes sombras, las grandes atrocidades, las grandes matanzas, calle frente a calle. Steiner también dice que el pasado puede llegar a empequeñecer a los europeos del presente, tan presente e imponente como lo viven parejo a sus existencias en las ciudades de Europa. Estados Unidos, por el contrario, mira hacia el futuro, hacia “la promesa [...] y el horizonte” [2005:52].

    El cuarto punto hace referencia a la doble herencia de Europa, proveniente de Atenas y Jerusalén, la Razón y la Fe. Para Steiner, aquello que nos hace humanos, a saber, la música, la matemática y el pensamiento especulativo, metafísico, tienen su origen en la Antigua Grecia, además del vocabulario, que inunda todos los ámbitos del conocimiento. Pero con igual fuerza proviene desde Jerusalén, desde el mundo hebreo, la conciencia con uno mismo, el monoteísmo, el diálogo con lo trascendente, la visión lineal de la historia, orientada de manera teleológica. Steiner ve símiles judaicos en los llamados padres de la modernidad, Marx, Freud y Einstein. No obstante, pese a las oportunidades de convivencia que posibilitan ambas herencias, la lucha entre la Razón y la Fe lleva a Steiner a afirmar que “la idea de Europa es en realidad una historia en dos ciudades” [2005:62].

    La quinta definición de lo europeo hace referencia a una idea, o un sentimiento, de autodestrucción, de final inalienable. Desde los albores del cristianismo, pasando por Newton o el romanticismo, hasta Hegel o Carnot, persiste una idea de fin ineludible, “como si Europa, a diferencia de otras civilizaciones, hubiera intuido que un día se hundiría bajo el paradójico peso de sus conquistas y de la riqueza y complejidad sin parangón de su historia” [2005:63]. La historia de 1914 a 1945 le sirve a Steiner como prueba de nuestra “inhumanidad suicida” [2005:63].

    Termina Steiner con un alegato para reencontrar las raíces de lo europeo. Puntualiza que quizá no sean las que el plantea, pero duda que sean las que se plantean desde círculos puramente políticos o económicos. Como males de Europa, Steiner nombra “los odios étnicos, los nacionalismos chovinistas, las reivindicaciones regionalistas” [2005:71], calificándolos de “pesadilla”. La pérdida de “la diversidad lingüística, cultural, social, de un pródigo mosaico que con frecuencia convierte una distancia trivial [...] en una separación entre mundos” [2005:72], en pro de la “monotonía”, de la uniformidad en todos los aspectos, es el camino erróneo para Europa, pues no es su camino. “No hay nada que amenace a Europa más radicalmente, en las raíces, que la detergente marea de lo angloamericano, una marea que aumenta geométricamente, y los valores uniformes y la imagen del mundo que ese esperando devorador trae consigo. El ordenador, la cultura del populismo y el mercado de masas hablan angloamericano. [...] Europa, en verdad, perecerá si no lucha por sus lenguas, sus tradiciones locales y sus autonomías sociales. Si se olvida que Dios está en el detalle” [2005:72-73]. Steiner termina con un alegato en contra de la superficialidad de la sociedad de consumo, importada de Estados Unidos, y que demoledoramente se recoge en la siguiente frase: “no es la censura política lo que mata: es el despotismo del mercado de masas y las recompensas del estrellato comercializado” [2005:78].

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