• Ellis Island

    En Julio de 2008 visité Ellis Island, una pequeña isla perteneciente a la ciudad de Nueva York, por la cual entraron a Estados Unidos una gran parte de los inmigrantes de los que el país se nutrió a lo largo de las décadas, desde 1892 a 1954.

    El pequeño artículo que está linkado abajo está publicado en la revista La Cruzada del Saber, en su primer número, y también dejo algunas fotos, tomadas por mí, del edificio actual, el museo, y algunas cosas que me llamaron la atención, aunque recomiendo encarecidamente visitar la página de Christopher Barnes, ya que tomó unas fantásticas fotografías del estado actual del hospital.

    Aquí quedan las fotografías, y más abajo, el artículo.





    Leer el artículo sobre Ellis Island.


    ELLIS ISLAND, LA PUERTA DORADA A AMÉRICA


    LA MAYOR MIGRACIÓN DE LA HISTORIA HUMANA

    La historia de la humanidad se caracteriza por las migraciones. Los seres humanos nos hemos movido a lo largo y ancho del planeta buscando mejorar nuestras condiciones de vida desde los orígenes de nuestra especie. Pero existe una historia, canalizada a través de una minúscula isla, que por número, deja atrás a todas las demás.

    Desde su apertura el primero de Enero de 1892 hasta su clausura el 12 de Noviembre de 1954, el complejo de inmigración de Ellis Island, sito en un pequeño islote al sur de Manhattan, vio pasar en torno a 12 millones de inmigrantes (a una media de entre 3000 a 5000 por día), en su mayor parte procedentes de países europeos. La gran mayoría pasó, tras un breve periodo y una serie de exámenes médicos, a los Estados Unidos de América, aunque algunos vieron su estancia prolongada hasta meses. Otros, unos 250.000, fueron devueltos, y algunos fallecieron en el complejo hospitalario de la isla o en las aguas que la rodean.

    Pero antes de adentrarnos en Ellis Island debemos retroceder un poco en esta gran epopeya humana, para entender lo que aquel pedazo insignificante de tierra supuso para tantos millones de seres humanos.

    EL LARGO VIAJE

    Desde mediados del siglo XIX, los Estados Unidos se habían ganado una reputación mundial de tierra de libertad y libertades, derechos y justicia. Los millones de inmigrantes europeos que decidieron emprender el viaje, dejando atrás no sólo su país, su cultura y costumbres, y su lengua, sino también a gran parte de sus conocidos y familiares (que muchos no volverían a ver jamás) soñaban con esa “tierra dorada” plena de oportunidades en la cual cualquiera, fuera cual fuese su origen o condición social, podía llegar a ser millonario. Una tierra donde el esfuerzo propio y el trabajo daban frutos. Una tierra de esperanza.

    El viaje a América era toda una aventura. Para la gran mayoría de los inmigrantes, el recorrido desde sus lugares de origen hasta los puertos donde embarcarían, que realizaban en tren, en mulas, o incluso andando, era el más largo que habían realizado jamás. Golda Meir, judía de origen ucraniano, que llegaría a ser Primera Ministra de Israel, describió el viaje a EEUU como “ir a la Luna”. Y así era para casi todos ellos. Dejando atrás todo aquello y aquellos que conocían, se encaminaban hacia lo desconocido, motivados por la esperanza, el hambre, o las insostenibles situaciones políticas, sociales y económicas en sus países de origen. Para otros muchos, Ellis Island significó el comienzo de su aventura: Fiorello la Guardia, hijo de un inmigrante italiano y una inmigrante judía de Austria-Hungría, trabajó tres años como funcionario en la isla, y posteriormente llegó a ser uno de los alcaldes más populares de Nueva York.

    Los motivos para emigrar eran tantos como los emigrantes, así como las trágicas historias vividas. Pero algunas fueron especialmente dramáticas: “mi padre puso las maletas en la vieja mula, Titi, y fuimos a la estación de tren. Estaba oscuro, era temprano en la mañana. Podía ver el amarillo de las lámparas de aceite. Las calles estaban muy vacías. El aire olía a heno… Mi padre no habló en todo el camino en el tren. No recuerdo cuándo me dijo, sé fuerte. Y ésa fue la última vez que vi a mi padre”, contaba un inmigrante italiano. Las historias recogidas como ésta se cuentan por centenares de miles.

    En los puertos, antes de embarcar, comenzaba la primera criba. Las empresas navieras europeas acordaron con las autoridades estadounidenses el retorno de los no válidos, y por ello, éstas se aseguraban de que aquellos que iban a embarcar fuesen aptos para pasar los controles. Una primera línea de doctores a sueldo de las navieras decidía quiénes podían viajar y para quiénes se acababa el viaje. Una segunda de oficiales les sometían a un interrogatorio de 29 preguntas (¿Nombre, edad, nacionalidad, ocupación? ¿Sabes leer y escribir? ¿Has estado preso? ¿Tienes al menos 25 dólares contigo? ¿Cuál es tu estado menta y físico? ¿Estás casado? ¿Estás perseguido por el Gobierno?) Estas preguntas se recogían en un manifiesto, el cual, desconocido el hecho por la gran mayoría de los inmigrantes, iba a decidir su futuro.

    Y entonces, los válidos, los afortunados, se embarcaban por varias semanas hasta América… Los menos y más afortunados viajaban en las relativamente cómodas primera y segunda clase. La mayor parte se hacinaba en tercera, donde las condiciones eran horrendas e insalubres.

    LA LLEGADA A AMÉRICA

    Después de semanas, los barcos repletos de inmigrantes llegaban a la bahía de Nueva York. La imponente figura de la Estatua de la Libertad, cercana a Ellis Island, y la silueta de Lower Manhattan les daban la bienvenida, pero las autoridades médicas y de inmigración les hacían esperar. Usualmente, los barcos debían esperar su turno antes descargar a los viajeros debido al exceso de inmigrantes en Ellis Island, y aquí muchos comprendían que Estados Unidos no era una tierra de completa igualdad; los pasajeros de primera y segunda clase eran desembarcados directamente en Nueva York, sin más controles, y entraban libres en América. Los viajeros de tercera, la gran mayoría, debían pasar antes por los controles médicos y de inmigración de Estados Unidos. El desconcierto, el miedo, la inseguridad y el desconocimiento reinaban entre los inmigrantes en esta etapa. Nueva York resultaba grandioso, metafórica y literalmente. La Estatua de la Libertad, los incipientes rascacielos… era algo que jamás habían visto antes.

    Una vez que había espacio libre, los barcos se acercaban al puerto de Nueva York y desembarcaban a los inmigrantes por miles. Entonces, en grupos de 30, iniciaban el corto viaje hasta Ellis Island.

    ISLA DE ESPERANZAS

    Durante el pequeño trayecto desde el puerto de Nueva York hasta Ellis Island los inmigrantes recibían una suerte de órdenes que muchos de ellos no comprendían: les hablaban en inglés. Hombres uniformados les indicaban qué hacer, pero sólo unos pocos comprendían aquellas palabras, y el resto se limitaba a seguir la fila.

    Un dato curioso recogido por los muchos relatos de los inmigrantes hace referencia a una pequeña comida, que consistía en un sándwich, que los inmigrantes recibían durante su tiempo de espera. Para una gran mayoría este nuevo formato alimenticio resultaba novedoso, y era identificado con las virtudes de Estados Unidos.

    En Ellis Island, la gran mayoría siguió el siguiente trayecto: desembarcaban directamente en el Edificio Principal, y desde ahí los dirigían a la Sala de Registro. Sin saberlo, eran observados por los médicos, que buscaban signos de enfermedad, debilidad, o problemas mentales. Aquellos que mostrasen que no iban a ser capaces de valerse por sí mismos en su nueva vida habían perdido la batalla. Ni siquiera los niños escapaban de aquél escrutinio inicial. Si los doctores sospechaban que alguno de aquellos inmigrantes tenía algún defecto, los marcaban con un código, un símbolo estandarizado que indicaba su desorden particular: L (lameness) para los cojos, H (heart disease) para problemas cardiacos, E (eyes) para problemas visuales, Ft (feet) para aquellos con problemas en los pies, S indicando senilidad, una X para aquellos de quienes sospechaban padecían problemas mentales, etcétera Cuando las inspecciones formales comenzaban, los doctores prestaban especial atención a los marcados.

    Una vez en la Sala de Registro, también llamado Gran Vestíbulo, la confusión y el desconcierto volvían a reinar. Lentamente los inmigrantes eran llamados, y los médicos los examinaban. Una de las mayores causas de rechazo eran los problemas visuales y cardiacos, aunque también examinaban la piel, el cabello… Resultaba especialmente duro para las mujeres. Hasta 1914 todos los doctores de Ellis Island eran hombres, y una parte del reconocimiento físico exigía que las mujeres se desnudasen y fuesen vistas y tocadas por los médicos.

    En este primer registro muchos de los inmigrantes mostraban signos de enfermedades, debido a enfermedades reales o al puro agotamiento y/o falta de alimento. Los médicos entonces decidían si eran enviados al Hospital de Ellis Island, un complejo médico que recoge entre sus muros las historias más trágicas de la isla, y también las más esperanzadoras. En sus camas (siempre exiguas) murieron unas 3.500 personas (1.400 eran niños), pero también nacieron 350 infantes. Aunque las condiciones, debido al ingente número de personas, eran complicadas, la mayoría de los relatos de los pacientes indican que el trato que recibieron, dadas las circunstancias, fue bueno, y que tanto médicos como enfermeras trabajaron duro para hacerlos sentir cómodos. En torno a 1.200.000 de los 12.000.000 de inmigrantes pasaron algún tiempo en el Hospital de Ellis Island, algunos durante meses. Hoy en día, el Hospital de Ellis Island es un reclamo turístico adscrito a la Estatua de la Libertad. Una parte está rehabilitada y reconvertida en un museo de la inmigración, mientras que la mayor parte del complejo hospitalario se encuentra en estado de ruina, y ofrece imágenes terribles.

    Aquellos que superaban positivamente el control médico, con un passed impreso en sus cartillas, eran sometidos a un control legal y mental, una serie de preguntas y respuestas acerca de ellos mismos y de su futuro inmediato en EEUU, así como de sus conocimientos sobre el país. Primero iban las preguntas del control mental. En dicho examen, tanto las respuestas físicas (caras, movimientos…) como el estado del inmigrante (nerviosismo, ansiedad…) eran estudiadas en búsqueda de desórdenes psicológicos. Lógicamente, las contestaciones que daban a las preguntas eran otro baremo. Una cuestión habitual consistía en contar hacia atrás desde veinte hasta cero. Otro tipo de requerimientos demandaban el dibujo de caras tristes o alegres, círculos, diamantes… El resultado de este control mental podía suponer el paso al siguiente examen, el legal, o el dibujo de una X y un posterior y más detallado examen psicológico.

    Después de 1917 se añadió otra prueba adicional: los inmigrantes deberían ser capaces de leer un texto de 40 páginas en su lengua materna o serían devueltos a su país. Pero ya que los estadounidenses sabían más bien poco sobre otras lenguas ajenas al inglés, los intérpretes ayudaron a sus compatriotas, que recitaban el Padre Nuestro (o cualquier otra oración, pues no todos eran cristianos) mientras miraban un libro cualquiera escrito en su lengua nativa.

    El examen legal resultaba el más sencillo, y al tiempo, el más peligroso para los inmigrantes. La mayoría de las preguntas eran sencillas; ¿cuál es tu nacionalidad, dónde has nacido, cuánto dinero tienes contigo…? El requerimiento monetario (normalmente $25) era seguido con una estricta escrupulosidad, del mismo modo que muchos $25 eran pasados de inmigrante a inmigrante, a veces de forma altruista, a veces por unos cuantos centavos.

    Pero de entre todas las preguntas del examen legal, una era especialmente peligrosa: ¿tienes un trabajo esperándote en los Estados Unidos? Irónicamente, los inmigrantes debían demostrar que eran válidos y capaces para encontrar un trabajo en EEUU, pero que no lo tenían aún. Sí decían que un trabajo les estaba esperando en EEUU, eran inmediatamente devueltos. Antes de ser aceptados y pisar Manhattan (cuando ya eran americanos) los inmigrantes no podían tener trabajo, o se consideraba que estaban robando empleo a los estadounidenses. En 1885, el Congreso aprobó una ley que impedía la entrada a los inmigrantes que obtuvieron su pasaje a cambio de trabajo (los patronos los contrataban en Europa y les pagaban el pasaje a cambio de un trabajo agotador y un salario mínimo con el cual debían pagar dicho pasaje), ya que las condiciones de dichos acuerdos se consideraban tremendamente injustas.

    Una vez más, para las mujeres (y sus hijos) el asunto era más enrevesado. Aun cuando hubiesen pasado satisfactoriamente el resto de controles, y el mismo control legal, los funcionarios no podían dejarlas pasar a menos que sus padres, esposos o familiares varones cercanos los reclamasen.

    Uno de los últimos pasos antes de ser aceptados suponía la anglonización del nombre original de los inmigrantes. En muchos casos, dicho proceso consistía en colocar un nombre que sonase a inglés y como apellido, el lugar de nacimiento del inmigrante. No hay datos exactos sobre cuántos inmigrantes vieron su nombre alterado, pero los historiadores coinciden en que la cifra fue muy elevada.

    Finalmente, con los controles médicos y legales superados, los inmigrantes recibían, en su propia lengua, un pequeño libro para su americanización, el nombre literal que se dio al proceso de integración de los nuevos inmigrantes en las costumbres patriótico-constitucionales de los EEUU. Así, además de ser informados de sus derechos, los nuevos ciudadanos conocían también sus obligaciones. Entonces embarcaban el ferry que los dejaría en Nueva York o en Nueva Jersey, donde comenzarían una nueva vida. Si todo había ido bien, su paso por Ellis Island no había superado las 5 ó 6 horas. Pero para otros muchos la estancia se extendería días, semanas o incluso meses.

    ISLA DE LÁGRIMAS

    Los marcados para exámenes médicos más profundos, aquellos que no tenían la cantidad de dinero requerida o que habían confesado haber obtenido su pasaje a cambio de trabajo, aquellos cuya situación legal era cuestionable, o las mujeres, ancianos y/o niños sin un varón cercano que los reclamase eran retenidos hasta subsanar sus situaciones. Pero otros, en torno al 10% de los detenidos, estaban realmente enfermos o padecían malestares temporales debido al viaje hasta EEUU y tuvieron que pasar un tiempo más prolongado en las instancias del Hospital de Ellis Island.

    La terrible noticia está usted oficialmente detenido provocó muchísimas lágrimas. Los registros al respecto son muy numerosos. Niños, mujeres y hombres lloraban cuando el funcionario de turno les indicaba que no podían entrar en Estados Unidos, y que estaban detenidos. Los que lo estaban por problemas médicos eran llevados al Hospital. El estado actual del complejo es, cuanto menos, impresionante a la vez que espeluznante. Pero los testimonios de la época cuentan cómo tanto médicos, como especialmente enfermeras, hacían todo lo posible para atender y cuidar de los enfermos. La mayoría de ellos estaban allí por trastornos causados debido al viaje, pero otros tenían enfermedades serias que debían ser tratadas. Los que padecían enfermedades contagiosas (especialmente las relacionadas con la visión, como el tracoma) eran rechazados y repatriados.

    Otros habían sido detenidos por los motivos arriba indicados: muchas mujeres, niños y ancianos sencillamente debían esperar a que alguien los reclamase. Algunos estaban marcados con un SI (Special Inquiry) eran sometidos a un examen más exhaustivo de un cuerpo especial, el Special Inquiry Board, que anualmente atendía 70.000 casos de inmigrantes cuya situación necesitaba ser esclarecida. Según la época, los SI eran anarquistas revolucionarios, alemanes, japoneses o austro-húngaros, comunistas…, aunque siempre había criminales reales y/o personas buscadas en sus países de origen.

    Aproximadamente 1.200.000 inmigrantes fueron retenidos. En torno al 2% de los doce millones de inmigrantes que llegaron a Ellis Island, unos 250.000, fueron retenidos y devueltos a sus países de origen, en la mayoría de los casos porque los funcionarios consideraron que no iban a ser capaces de sustentarse a sí mismos. El 98% restante fue admitido. Es escalofriante comprobar que unas 3.000 personas se suicidaron antes de ser deportados, casi tantas como las que murieron en el Hospital de Ellis Island.

    CONSTRUCTORES DE UNA NUEVA NACIÓN

    Una vez que los inmigrantes se convertían en ciudadanos estadounidenses, una nueva vida en una tierra soñada de oportunidades les esperaba en tierra firme, donde llegaban cargados con sus esperanzas, sueños e ilusiones, y sus escasos pertrechos, preparados para afrontar la nueva aventura, la de la supervivencia en una ciudad que, de acuerdo con sus palabras, “era salvaje, inconcebible, inimaginable”.

    Los millones de inmigrantes aceptados no sólo construyeron las ciudades del este de EEUU, ni colonizaron el centro y el oeste, sino que forjaron una nueva nación intercultural. Hoy en día, 100 millones de estadounidenses descienden de los 12 que pasaron al país a través de Ellis Island.

    BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

    - ISLAND OF HOPE, The story of Ellis Island and the journey to America, Martin W. Sandler, Ed. Scholastics Inc., NYC, USA. Impreso en Singapur en 2004.
    - FORGOTTEN ELLIS ISLAND, The extraordinary story of American’s Immigrant Hospital, Lorie Conway, Ed. Collins, NYC, USA. Impreso en China en 2007.
    - ELLIS ISLAND, Gateway to the American Dream, Pamela Reeves, Ed. Barnes & Noble, USA. Impreso en China en 2002.
    - FROM ELLIS ISLAND TO JFK, New York’s two great waves of immigration, Nancy Foner, Ed. Yale University Press, New York, 2000.
    - WORKING TOWARD WHITENESS, How American’s immigrants became white, David R. Roediger, Ed. Basic Books, New York, 2005.
    - FACTS ABOUT ELLIS ISLAND’S SOUTH SIDE, folleto publicado por la Fundación Save Ellis Island, Nueva York, 2008.
    - Documental del Canal de Historia (The History Channel) titulado ELLIS ISLAND, 1997.

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