Lo hice... sin pensarlo mucho, porque si lo piensas lo pospones, me decidí. Hoy he saltado en paracaídas por primera vez en mi vida...
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Bueno, pues después de muchos años con ello en mente, finalmente me decidí. El fin de semana pasado llamé, pregunté precios y modos, horas… y reservé. Y hoy, desde 4.000 metros de altura, durante 50 segundos experimenté lo que es una caída libre, y durante cinco minutos más, la sueva caída frenado por el paracaídas.
Una auténtica pasada. No es comparable con nada que jamás haya experimentado. No puede comprarse. Es algo único. La seguridad inicial se convierte en cierto nerviosismo. Ponerte el equipo, apretar correas, todo ello con la inestimable ayuda del monitor, Che. Subir a la avioneta, ascender hasta los cuatro mil metros, mientras Che te amarra a sí mismo y, entre bromas e instrucciones, relaja el ambiente.
Se abre la puerta lateral del avión, y compruebas cómo el resto salta y se pierde. Joder, el nerviosismo es latente, lo notas, pero más poderosas son las ganas de saltar. Te colocan, y saltamos. Lo primero que sentí fue el estómago en la boca, y tras eso, un fuerte deseo de cerrar los ojos, reprimido en el mismo momento. No ha pasado ni un segundo, y la vista ocre del suelo manchego se torna azul cristalino. Estoy panza al cielo. Veo el avión. Joder, he saltado… En ese momento fui completamente consciente de que estaba cayendo hacia el suelo. Che nos da la vuelta, y el suelo aparece de nuevo. Recuerdo gritar con todas mis fuerzas y no oír nada, debido al aire. Y disfrutar como un enano. El cúmulo de sensaciones es tan fuerte, tan heterogéneo pero al tiempo tan intenso, que no eres capaz de discernir una de otra. Sencillamente caes, sencillamente eres. Durante esos segundos, existes, tan sólo existes…
Che me da dos golpes en el brazo, señal de que va a abrir el paracaídas. Yo ni me entero, la verdad, y lo que parece una frenada increíble cuando uno lo ve en imágenes es en realidad algo bastante más suave. El ruido del aire desaparece, oigo la voz del monitor en mi espalda y tengo la sensación de estar volando. El suelo está aún a mil y pico metros, nos quedan unos cinco minutos de caída lenta y relajada. Che concuerda conmigo es que es una experiencia única, algo incomparable con nada que jamás haya uno vivido, y de una fortísima intensidad. Y seguimos cayendo.
Me da los mandos del paracaídas, cosa más sencilla que el mecanismo de un chupete. Para ir a la derecha, tiras de ellos hacia la derecha, y la izquierda, viceversa. Compruebo que es verdad, que se mueve, pero con mucho cuidado, no sea que vayamos a joderla… Che tira de mis brazos con fuerza y damos un giro completo en el aire. La sensación de mareo aparece de nuevo. Uno no está acostumbrado a estas cosas y bueno, sientes nauseas. Pero al poco desaparecen y coges gusto a eso de dar vueltas en el aire, de controlar el vuelo. Tus pies están aún a quinientos metros del suelo y la sensación de euforia es alucinante, tremenda.
Juegas un rato más a dar vueltas, y llegado el momento, el monitor retoma los controles y realizamos un suave aterrizaje. Andas unos pasos y, de golpe, eres plenamente consciente de lo que has vivido. Y comienzas a temblar, por dentro y por fuera, por la emoción.
Es una puta pasada.
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