Que las cosas no van exactamente bien es algo que cualquiera puede ver sin mayor problema. No es necesario que a uno le muestren datos estadísticos de bajada de ventas, reducción de beneficios, disminución del crecimiento económico o previsión de aumento de la tasa de paro.
Mucho en economía es anacíclico. Mucho en política, también. Mucho en la historia de los seres humanos, del mismo modo, se repite. Se ha dicho que se debe conocer el pasado para comprender el presente, y conocer los errores del pasado para evitar repetirlos en el futuro. Se dicen tantas, tantas cosas…
Desde 2001 muchas cosas han cambiado. Muchas actitudes. Y no sólo de los grandes poderes, en las grandes esferas, sino también, y preocupantemente, a un nivel social. Sin darnos cuenta, sin darse cuenta, hemos, y han, renunciado a muchas cosas en pro de una seguridad. Benjamín Franklin, el tipo de los billetes de $1, dijo una vez algo así como que “aquellos que sacrifican una libertad imprescindible para conseguir una seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad”.
Entonces, a finales de 2007, y desde 2008 nuestro modelo cíclico e impredecible está sufriendo una crisis económica. Las tasas de crecimiento bajan, sube la inflación, y el desempleo está a tiro de piedra de dispararse. En España el ladrillo ya no es lo que era. Claro, cuando uno se hipoteca para más tiempo del que puede llegar a vivir, literalmente, las cosas se ven de otro modo. Cuando lo que cuesta la letra del piso es casi el 100% de lo que puedes llegar a ganar, la percepción de la vida cambia. No radicalmente, pero algo es algo.
Así pues, con una economía que estornuda porque se ha resfriado (pero muy lejos de estar en fase terminal) aquellos que ven reducido sus porcentajes del pastel, que pasan de ganar el 10% al 1%, claman por ayudas. Lo que estaría muy bien si no fuese porque, mientras tanto, la ciudadanía sufre las consecuencias con mayor crudeza, y si el beneficio del 1%.
Al tiempo, y salvo excepciones, los signos ideológicos de los Gobiernos cambian hacia la derecha y el conservadurismo, pero no así una política de contención: el control de la inmigración ilegal y la expulsión de los “sin papeles”, de los ilegales. La UE se prepara para expulsar a 8 millones de “sin papeles”, en una campaña liderada por España, Francia e Italia.
No deja de ser curioso, ¿verdad? Cuando la macroeconomía va mal, la gente no se preguntará los porqués profundos, sino que se contentará con la expulsión de los inmigrados. Tampoco preguntará dónde han ido a parar los sustanciosos beneficios generados durante tantos años de crecimiento. La culpa no será de las grandes corporaciones, de los empresarios que contrataron mano de obra ilegal sin pagar impuestos, de los intermediarios que se quedaron con un trozo de pastel sólo por estar ahí; tampoco será de la mala gestión de los políticos, o los mismos robos directos sobre el erario público, sin nombrar la corrupción pura y dura.
No, ellos son “de los nuestros”, tienen nuestro color de piel, hablan nuestro idioma. La culpa, como no, será del inmigrante, y por ello hay que expulsarlo. Precioso.
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