EL PENSAR EN CUANTO ACTO MORAL
Las dimensiones éticas del trabajo antropológico de campo en los nuevos Estados
I
Citando a John Dewey, Geertz pone sobre la mesa la idea de que el pensamiento no es ajeno a la acción, ni lo relacionado con éste (intelectualismo, teorización) ajeno u opuesto a la realidad. La moral, lo público, juzga así al pensamiento. Geertz reclama la ética y la moral dentro del pensamiento científico.
Al ser el pensamiento una conducta, los resultados del primero serán un reflejo de la situación en la cual se gestaron. El pensamiento en ciencias sociales se produce por humanos dentro del mismo objeto que estudian. Así, el pensamiento científico dentro de las ciencias sociales está profundamente ligado con el objeto de estudio, en tanto el científico social vive dentro del objeto, y es parte de él. Además hay que añadir a esto que el científico social es un ente del mismo objeto que estudia, lo cual implica relaciones más o menos estrechas con el objeto. Éste es el “carácter especial” de las ciencias sociales.
II
Geertz, mediante ejemplos de estudios de campo personales (Indonesia y Marruecos), critica la actitud del científico social en general: identificar el problema, indicando incluso qué hacer para no empeorarlo, pero sin aportar soluciones al mismo, o cómo mejorar la situación que causa tal problema.
Para Geertz la clave no radica sólo en ver y/o sacar a la luz los problemas, sino en coadyuvar para una mejora de las situaciones que los provocan.
III
Asimismo Geertz señala lo que él llama “ironía antropológica”, dentro de la cual dice que las barreras entre el antropólogo y la sociedad que estudia son tan grandes, tan profundas y tan insalvables que, por mucho que se quiera, o que parezca, las diferencias nunca desaparecerán.
Aludiendo una vez más a sus experiencias personales Geertz nos dice que el antropólogo en trabajo de campo nunca es dejado de ser visto como un objeto exógeno y una fuente de ingresos, ya que es el trueque, y el soborno, lo que le abre las puertas: “la relación entre un antropólogo y su informante descansa sobre un conjunto de ficciones parciales reconocidas sólo a medias”.
“Uno de los beneficios marginales de la investigación antropológica es que te ensaña qué se siente al ser considerado un imbécil y ser tratado como un objeto, y cómo soportarlo.”
IV
Siendo pues las ciencias sociales parte de la propia cultura (el hecho de conocernos a nosotros mismos es parte de nosotros), éstas no se centran en salvarnos o condenarnos, sino en decirnos cómo vivimos. Ahí es donde se debería centrar, según Geertz, el debate moral que rodea a las ciencias sociales.
El cuestionamiento de “la imparcialidad, el relativismo o el método científico” no como dogmas o lemas, sino como instrumentos concretos usados por personas concretas para agrandar el dominio de la razón y el conocimiento en la realidad, es necesario acorde con Geertz.
El conocimiento y el estudio son producidos por personas, no por máquinas, y como tales tienen juicios morales propios: objetividad, imparcialidad, etcétera no se entregan junto con la licenciatura, sino que son valores personales del estudioso que deben cultivarse y adquirirse con tiempo y dedicación.
La dicotómica idea de separación entre el trabajo de investigación y la vida privada, tan extendida según Geertz, no sólo no es acorde con la realidad, sino que, por ejemplo en la antropología y especialmente en el trabajo de campo antropológico, se da lo contrario. El antropólogo conjuga “dos orientaciones básicas respecto de la realidad –la comprometida y la analítica- en una sola actitud”, que es lo que llamamos imparcialidad o desinterés, conforme con Geertz. Cientifismo y subjetivismo son las dos “patologías de la ciencia”, los extremos de los cuales se debe huir.
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Las dimensiones éticas del trabajo antropológico de campo en los nuevos Estados
I
Citando a John Dewey, Geertz pone sobre la mesa la idea de que el pensamiento no es ajeno a la acción, ni lo relacionado con éste (intelectualismo, teorización) ajeno u opuesto a la realidad. La moral, lo público, juzga así al pensamiento. Geertz reclama la ética y la moral dentro del pensamiento científico.
Al ser el pensamiento una conducta, los resultados del primero serán un reflejo de la situación en la cual se gestaron. El pensamiento en ciencias sociales se produce por humanos dentro del mismo objeto que estudian. Así, el pensamiento científico dentro de las ciencias sociales está profundamente ligado con el objeto de estudio, en tanto el científico social vive dentro del objeto, y es parte de él. Además hay que añadir a esto que el científico social es un ente del mismo objeto que estudia, lo cual implica relaciones más o menos estrechas con el objeto. Éste es el “carácter especial” de las ciencias sociales.
II
Geertz, mediante ejemplos de estudios de campo personales (Indonesia y Marruecos), critica la actitud del científico social en general: identificar el problema, indicando incluso qué hacer para no empeorarlo, pero sin aportar soluciones al mismo, o cómo mejorar la situación que causa tal problema.
Para Geertz la clave no radica sólo en ver y/o sacar a la luz los problemas, sino en coadyuvar para una mejora de las situaciones que los provocan.
III
Asimismo Geertz señala lo que él llama “ironía antropológica”, dentro de la cual dice que las barreras entre el antropólogo y la sociedad que estudia son tan grandes, tan profundas y tan insalvables que, por mucho que se quiera, o que parezca, las diferencias nunca desaparecerán.
Aludiendo una vez más a sus experiencias personales Geertz nos dice que el antropólogo en trabajo de campo nunca es dejado de ser visto como un objeto exógeno y una fuente de ingresos, ya que es el trueque, y el soborno, lo que le abre las puertas: “la relación entre un antropólogo y su informante descansa sobre un conjunto de ficciones parciales reconocidas sólo a medias”.
“Uno de los beneficios marginales de la investigación antropológica es que te ensaña qué se siente al ser considerado un imbécil y ser tratado como un objeto, y cómo soportarlo.”
IV
Siendo pues las ciencias sociales parte de la propia cultura (el hecho de conocernos a nosotros mismos es parte de nosotros), éstas no se centran en salvarnos o condenarnos, sino en decirnos cómo vivimos. Ahí es donde se debería centrar, según Geertz, el debate moral que rodea a las ciencias sociales.
El cuestionamiento de “la imparcialidad, el relativismo o el método científico” no como dogmas o lemas, sino como instrumentos concretos usados por personas concretas para agrandar el dominio de la razón y el conocimiento en la realidad, es necesario acorde con Geertz.
El conocimiento y el estudio son producidos por personas, no por máquinas, y como tales tienen juicios morales propios: objetividad, imparcialidad, etcétera no se entregan junto con la licenciatura, sino que son valores personales del estudioso que deben cultivarse y adquirirse con tiempo y dedicación.
La dicotómica idea de separación entre el trabajo de investigación y la vida privada, tan extendida según Geertz, no sólo no es acorde con la realidad, sino que, por ejemplo en la antropología y especialmente en el trabajo de campo antropológico, se da lo contrario. El antropólogo conjuga “dos orientaciones básicas respecto de la realidad –la comprometida y la analítica- en una sola actitud”, que es lo que llamamos imparcialidad o desinterés, conforme con Geertz. Cientifismo y subjetivismo son las dos “patologías de la ciencia”, los extremos de los cuales se debe huir.
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